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Suelta el Bate

  • Andrea Montenegro. 26 años
  • 26 jul 2015
  • 3 Min. de lectura

¿Alguna vez fuiste a un cumpleaños cuando eras niño y te encontraste con la hora de romper la piñata? Recuerdo muy bien la única vez que la jugué, había alrededor de 12 niños, me pusieron esa venda en los ojos, yo no estaba alarmada por el hecho de que debía darle a la piñata hasta romperla, no me preocupé por mi mala puntería (que todavía persiste) ni por el palo de escoba que tenía en mis manos (porque en mi tierra el Beisbol no es muy famoso como para que abundaran los bates en las casas de las personas) a mí lo único que me preocupaba era que había demasiados ojos encima mío, grandes y pequeños tocando sus palmas cantaban al unísono la famosa canción de la piñata que sonaba en uno de esos equipos que parecían más un conjunto de 3 neveras de minibar. Finalmente me vendaron los ojos (mi preocupación ahora eran las risas y las burlas de los demás niños si no era capaz de golpearla al menos una vez) y comenzaron las vueltas una vuelta por año cumplido, 7 vueltas en total. Aún mareada yo intentaba ver por el espacio que había entre el tabique de mi nariz y mis cachetes, no veía casi nada. No le atine a la piñata una sola vez. Me quitaron la venda y aún estaba mareada pero que alivio fue haber terminado ese tortuoso momento. Así que, con mis ojos abiertos completamente lo único que quería era buscar a mi mamá y allí estaba ella, corrí a abrazarla mientras otro niño ahora tomaba mi lugar.

Pensé que esa iba a ser la última vez que jugaría a la piñata. Me equivoque. Resulta que mi vida más o menos ha sido un juego de la piñata en donde yo no tenía reemplazo, en donde golpeaba y golpeaba intentando darle a la piñata hasta que se rompiera y que empezaran a caer los deliciosos dulces que todo el mundo decía que ella contenía, alguna veces sentí atinar, la rozaba, otras veces ni me acercaba pero no me podía cansar, no podía parar, no tenía opción, debía seguir porque quería los dulces, no quería las risas ni las burlas. Que sensación tan maravillosa cuando la venda de mis ojos fue quitada y al fin pude ver buscando a mi Padre, lo encontré, y, soltando el peso de mis manos, olvidándome de lo que me distraía, corrí directo a sus brazos, ya no importaban las risas ni las burlas, lo importante era que veía, que ahora veo, que ahora estoy en casa, ¿qué más puede importar? Lo que antes creía que era la recompensa de un arduo trabajo que tenía que alcanzar a ciegas ahora no es más que algo completamente irrelevante, vano. Lo importante es que ahora veo y puedo verlo a Él, ¿cómo podremos caminar hacia él si no lo vemos? ¿Cómo lo podremos ver si tenemos nuestros ojos sumergidos en oscuridad? ¿Cómo me iba a dar cuenta que estaba tratando de darle al blanco equivocado si ni siquiera sabía que era el blanco equivocado?

La luz que recibimos cuando su Bendita Instrucción llega a nuestras vidas es la que nos manifiesta cual debe ser nuestra meta, él. Ella nos lleva de vuelta al Padre, ella nos encamina hacia la Verdad. Ella se vuelve tan importante que a cambio de tenerla somos capaces de soltar lo que sea, de exponernos a las risas y a la burla del mundo, porque ¿qué importa eso si finalmente podemos ver con claridad?

A veces queremos dar ese golpe a la piñata porque creemos que es el objetivo de nuestras vidas, no nos equivoquemos, no queramos que el objetivo, que la meta de nuestras vidas sea aquello que no podemos siquiera ver, aquello que no conocemos, la luz de la Palabra de Dios nos muestra al Padre, esa Luz hace que nuestro objetivo cambie, así como al aposto Pablo le ocurrió camino a Damasco, el Libro de Hechos nos relata lo siguiente:

Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo (Hechos 9:3)

Él iba tras un objetivo, creyendo que ese era el correcto, tanto lo creía, que estaba dispuesto lo que fuera, asesinar, torturar, perseguir y todo porque su blanco en ese momento era uno completamente diferente, uno que no podía ver bien, uno que le prometía cosas que él mismo desconocía, pero de pronto todo cambió gracias a aquella luz y su objetivo cambio completamente, sin ver vio, su venda fue quitada y pudo decir:

Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Fil 3:13)

Soltemos el bate amigos (o lo que sea que tengamos en las manos) y la venda será quitada para que podamos correr a nuestra meta, al Padre.


 
 
 

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